Don Rafael Panontini murió en las últimas horas y será sepultado en el Cementerio de Colonia Caroya.
Había nacido el 17 de agosto de 1914 en su casa paterna de Puesto Viejo.
Lo recordamos con su historia, publicada hace algunas semanas cuando llegó al centenario.
Este artículo salió publicado en el Diario El Despertador el 21 de agosto, días después de haber cumplido 100 años.
En el año 1914, la Colonia ni siquiera tenía los plátanos en la Calle Ancha. No existía ningún club, pero ya había cuatro escuelas primarias.
El pueblo, en ese entonces, estaba bajo la administración de Gabriel Céspedes, Intendente de Jesús María, situación que molestaba a los colonos.
El 17 de agosto de ese año nació en Caroya el tercero de los 10 hijos que tuvieron Don Cándido Panontini y Rosa Ártico. Lo bautizaron Rafael.
La casa paterna estaba en la Calle 76 Norte, donde la familia trabajaba para la pequeña bodeguita que tenía Cándido y que se conocía como “El peral”.
Entre viñedos creció Rafael, que dedicó toda su vida a la chacra, trabajando de sol a sol, como lo hicieron todos los nonos.
Apenas se distrajo un par de años en la escuela: asistió a Mariano Moreno de Puesto Viejo.
Pero lo suyo era el trabajo en la tierra, actividad a la que se dedicó hasta que no pudo más y se debió jubilar con 61 años.
Cuando tenía 22 años conoció a quien fue su compañera de siempre: Julia Olivo, que hoy tiene 92.
Se casaron el 8 de mayo de 1943 en la Iglesia del Santísimo Rosario, del Lote XI.
Al conocerse su historia, Don Rafael reconoce que el suyo es el matrimonio más longevo de la ciudad y lleva, junto a Julia, el récord de 71 años de casados, sumados a seis años de noviazgo.
“¡Ya no tienen de qué hablar!”, dice entre risas Rogelio, el menor de los dos hijos que tuvo la pareja.
El primero es Antonio, que vive en Villa de Soto.
Sus ojos se llenan de nostalgia cuando recuerda su infancia entre vides, sembrando alfa, papa, batata, maíz u ordeñando vacas para vender leche que venían a buscar desde Córdoba.
“Hemos trabajado como burros con mi señora”, asegura, pero tanto sacrifico tenía su recompensa, ya que tuvo uno de los primeros Chevrolet que circularon por las calles caroyenses y que los novios le pedían para el día del casamiento.
A pesar de haber crecido en una bodega, no tolera tomar vino y lleva más de siete décadas sin probarlo.
Ese es su primer desafío a la medicina: sin tomar vino, su corazón está en perfectas condiciones.
El segundo es el más impactante: fuma desde que tiene 14 años. Actualmente, consume entre ocho y 10 cigarrillos por día y lo más llamativo es que no tiene ni tos.
Aprovecha la charla con ELDESPERTADORdiario para encender uno y demostrar que sus pulmones también están sanos.
Nunca usó anteojos y distingue con claridad las palabras escritas en un papel. Sólo tiene dificultades en las piernas, que lo llevan a usar un andador.
“Si fui cuatro o cinco veces al médico en toda mi vida, es mucho; y una de esas veces fui porque me habían golpeado la cabeza en un asalto”, cuenta.
La última vez que lo vio un profesional de la salud fue hace un año. Esta semana, su hijo lo debe llevar para control de los miembros inferiores.
A la comida la prepara solo y, cuando hay asado, la grasa que sobra no va para los perros: ¡La come él!
Su hijo cuenta con sorpresa: “¿Podés creer que jamás le dio un análisis con ácido úrico?”.
Actualmente toma un remedio para la tensión arterial, pero no necesita más que eso.
A pesar de la edad, todavía agarra la pala y el rastrillo y se pone a limpiar el jardín de su casa urbana, en la que vive hace ocho años. “Si no limpio yo, nadie lo hace”, afirma.
Acostumbrado a vivir en la zona rural hasta los 92 años, una de las primeras veces que salió a manejar su Falcon por las calles céntricas, se perdió al intentar regresar a su nueva vivienda.
Esa fue la última vez que estuvo frente al volante.
Por venirse a la ciudad, también debió dejar uno de sus mejores entretenimientos: jugar al truco al bar del Tuto Castillo, en Puesto Viejo.
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